Literatura y valores

Viernes 27 de Abril, 2018


 

Por María Luisa Lecaros

mllecarosm@gmail.com


“Hay otro ser por el que miro el mundo”  

“Qué alegría, vivir
sintiéndose vivido.
Rendirse
a la gran certidumbre, oscuramente
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos
me esté viviendo (…)
Que hay otro ser por el que miro el mundo
porque me está queriendo con sus ojos”.

 Pedro Salinas. La voz a ti debida.


“Qué alegría, vivir sintiéndose vivido. Rendirse a la gran certidumbre, oscuramente de que otro ser, fuera de mí, muy lejos me esté viviendo”… escribe el poeta español de la Generación del 27’, Pedro Salinas (1891-1951), aludiendo a la felicidad que brota del matrimonio, íntima unión en el ser de los amantes.

La profundidad de esta unión, fiel al destino del otro, se vislumbra ya desde el enamoramiento, fase inicial del amor humano que contiene lo esencial del amor específico con que un hombre y una mujer están llamados a amarse. Este amor, que nace como eros, se realiza y expresa como amor conyugal. ¿Cuáles son las notas distintivas del amor conyugal? La exclusividad y la perpetuidad, es decir, “uno con una” y el “para siempre”. Efectivamente, los enamorados sienten  una invitación a vivir una biografía o vida común; se sienten inclinados a realizar un proyecto en común, una promesa de eternidad, que en algunos casos se concretará en el matrimonio.

Prometer, comprometerse, significa incluir el futuro en el amor presente. Esto no nos quita libertad. Por el contrario, “lejos de oponerse, libertad y compromiso se potencian: la primera se realiza mediante el segundo (…) El sí matrimonial es un compromiso y una expresión de libertad radical, que dota de sentido vocacional la propia vida. Me comprometo a quererte siempre, es expresión del amor exclusivo, perpetuo y total con que uno ama” (1). Este “sí” es dado por los esposos a través del  consentimiento matrimonial o pacto conyugal, un acto de la voluntad por el cual varón y mujer se casan, se entregan y se aceptan mutuamente en alianza irrevocable para constituir el matrimonio. Esta libre elección e iniciativa de los esposos constituye la causa eficiente del matrimonio (es decir, la que efectúa el efecto); es el acto que da lugar al matrimonio.

¿Qué es el matrimonio? “Es la unión o alianza por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de los hijos. Entre bautizados es elevado a la dignidad del sacramento” (2). Un consorcio, bajo el cual los consortes correrán “la misma suerte”… Esto, debido a la naturaleza del vínculo conyugal, un lazo o alianza estable e irrevocable, perpetua y exclusiva, que une a los esposos. “El amor conyugal funda la vida en común de los amantes al crear una comunidad conyugal” (3), cuya consecuencia será la exclusividad y la perpetuidad del amor, que son los hijos.

A su vez, el vínculo matrimonial tiene como propiedades esenciales la unidad e indisolubilidad, sin las cuales éste dejaría de ser lo que es. Estas propiedades no son arbitrarias, sino que se desprenden de la misma naturaleza humana y de la ley natural, “un cierto conocimiento práctico inserto naturalmente en el hombre por el cual se rige éste de un modo conveniente en sus acciones”, en palabras de Santo Tomás de Aquino.

“La unidad es la propiedad esencial del vínculo conyugal por la que éste sólo puede tener lugar entre un solo hombre y una sola mujer” (4) . Esta exigencia, que proviene de la igual dignidad entre el hombre y la mujer, se vería dificultada si se diese poligamia (un varón y varias mujeres) y totalmente anulada en los casos de poliandria (una mujer y varios varones), en cuyo caso la mujer no podría saber de qué padre es cada hijo y por lo mismo, el padre no podría educar a la prole, primer fin del matrimonio. A su vez, ambas prácticas impiden el segundo fin del matrimonio: la amistad entre los cónyuges, que por definición exige entrega única, donación total y exclusiva a la otra persona.

La segunda propiedad esencial del matrimonio es la indisolubilidad, por la cual “éste no se puede disolver o romper durante la vida de los cónyuges”. La indisolubilidad también es exigida por la misma ley natural: “primero por el perjuicio para los cónyuges en caso de disolución, segundo porque la intensidad de la amistad conyugal pide de suyo la prolongación indefinida del pacto –es la amistad mayor y más firme de cuantas pueden darse (…) Y por último, por la íntima relación que existe entre el fin primario del matrimonio y el bien común de la sociedad, ya que el matrimonio no es un asunto privado, sino también público”. (5)

La constancia en el mantenimiento de la palabra dada por los esposos en el consentimiento matrimonial es la “fidelidad conyugal”. La fidelidad a las promesas matrimoniales, así como la vivencia de la exclusividad, exigida por la unidad, y de la perpetuidad, exigida por la indisolubilidad del matrimonio, llevan consigo una profunda felicidad y plenitud, una promesa de eternidad que trasciende la muerte y nos hace cantar junto a Pedro Salinas: 

“Qué alegría (…)
morirse
en la alta confianza
de que este vivir mío no era sólo
mi vivir: era el nuestro. Y que me vive
otro ser por detrás de la no muerte”.



[1]YEPES, R, ARANGUREN, J., Fundamentos de Antropología. Un ideal de la excelencia humana. Eunsa, Pamplona 2003.

[2]LIZARRAGA, P., Filosofía del matrimonio y de la familia. Manual del alumno 2012-2013. Pamplona.

[3]YEPES, R, ARANGUREN, J., Fundamentos de Antropología. Un ideal de la excelencia humana. Eunsa, Pamplona 2003.

[4]LIZARRAGA, P., Filosofía del matrimonio y de la familia. Manual del alumno 2012-2013. Pamplona.

[5]Ibid.



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