La hermana Gloria Narváez, religiosa colombiana, fue secuestrada por Al Qaeda durante casi cinco años, en pleno desierto del Sahara, bajo condiciones extremas: temperaturas de hasta 60° y privaciones constantes. De voz suave y presencia humilde, compartió con nuestra comunidad un estremecedor testimonio de fe y esperanza en medio de la adversidad.
Gloria vivía su vocación misionera en Mali, África, donde su congregación atendía un orfanato y un centro de salud. “Quisieron llevarse a la hermana más joven, pero me ofrecí por ser la responsable de la comunidad”, relató.
Durante su cautiverio fue encadenada, privada de alimento y agua, y presionada para renunciar a su fe. “Me pedían que me convirtiera al islam. Nunca respondí con palabras, solo con respeto y silencio. La fe y los salmos fueron mi refugio. Sabía que muchas personas rezaban por mí. Eso me daba serenidad”, afirmó.
A pesar de la oscuridad del secuestro, mantuvo viva su vida espiritual. Cada mañana rezaba como consagrada a Dios, improvisaba su Rosario con piedritas del desierto y hacía adoración al Santísimo dibujando un cáliz en la arena. “Dios hace milagros por nosotros”, dijo con firmeza.
Fueron 4 años, 8 meses y 2 días de secuestro, en los que nunca perdió la certeza de estar acompañada por el Señor. Fiel al carisma franciscano de su congregación, encontró a Dios incluso en la belleza del cielo estrellado y la luna del desierto: “Todo me hablaba de Dios”.
Hoy, la hermana Gloria vive en Colombia, su país natal, donde acompaña a mujeres y familias que han vivido el drama del secuestro. Su testimonio es un faro de luz para quienes atraviesan el dolor y la incertidumbre.
Su visita a Chile fue posible gracias a Ayuda a la Iglesia que Sufre, organización católica que apoya a los cristianos perseguidos en todo el mundo.