En un íntimo y emotivo encuentro, las mamás de tres sacerdotes compartieron cómo han vivido el camino vocacional de sus hijos. Conversamos con Soledad Pinochet, madre del Padre Guillermo Greene; Beatriz Amunátegui, mamá del Padre Alejandro Vial; y María de los Ángeles Amenábar, madre de nuestro párroco, el Padre Francisco Cruz.
Cada historia fue distinta, pero todas estuvieron marcadas por la fe y la confianza en Dios.
“Uno de los niños decía que tenía muchos auspiciadores”, comenta con una sonrisa María de los Ángeles, recordando cómo el escritorio de su hijo se fue llenando de estampitas y santos. Aunque no fue una sorpresa, la decisión del Padre Francisco de entrar al seminario llegó cuando pasaba a quinto año de Derecho. “Nosotros ya lo suponíamos. Lo único que esperábamos era que él nos contara”, recuerda.
En el caso del Padre Alejandro Vial, su entorno familiar ya incluía vocaciones religiosas: un tío salesiano y primos de otras congregaciones. “Se crió en ese ambiente. La sacerdocio era algo natural para él”, cuenta su mamá, Beatriz Amunátegui.
El Padre Guillermo Greene creció en un hogar con mucho amor entre sus papás y los hijos. En ese ambiente familiar recibió un testimonio de generosidad y compañerismo.Se formó en un colegio laico y bajo la mirada de un padre agnóstico. Con la preparación para su Primera Comunión, el Padre Guillermo comenzó a participar en la Parroquia, cada vez de manera más activa. Nunca habló de una eventual vocación religiosa, hasta que llegó el momento de decidir qué estudiaría al salir del colegio, relata su madre, Soledad Pinochet. "En ese momento nos planteó que pensaba entrar al Seminario. Nosotros le dijimos que una decisión como esa requería mayor madurez, ya que era como casarse. Le pedimos que estudiara la carrera que él quisiera y que, luego, tomara esa decisión. Estudió dos años de Derecho en la Universidad Católica y nos dijo que sólo quería ser sacerdote. Y así fue: entró al Seminario", explica Soledad.
Un hecho profundamente significativo en la familia del Padre Francisco Cruz fue la curación de su nana, luego de encomendar su salud al beato Alberto Hurtado. Años más tarde, ese milagro sería reconocido por la Iglesia, impulsando la canonización del santo chileno. “Fue un hecho que marcó su vida”, comenta su madre.
Cuando se les pregunta cómo transmitieron la fe a sus hijos, las tres coinciden en lo mismo: “con testimonio de vida, en libertad y sin presionar”. Hoy, continúan acompañándolos. Los sacerdotes mantienen una cercana relación con sus familias, a quienes visitan semanalmente, veranean con ella y participan en sus celebraciones. Las tres coinciden que en casa “siguen siendo uno más” y que pueden contar siempre con ellos.